¿viaja usted sola o en grupo? –sola– ¿por qué viene usted a
Israel? –viajar, amigos–¿es la primera vez que viene usted a Israel? –no– ¿qué
hizo usted antes acá? –viajar– ¿tiene amigos acá? –sí– ¿por qué viene usted a Israel? –esa ya te respondí– logro arrancarle una sonrisa a la flaca chica
que me hace el tramite de migración al entrar a Israel, sobre las 05:00 am del
5 de diciembre.
–Enjoy madan– me dice mientras me regresa mi pasaporte.
He viajado a Israel varias veces, casi siempre me hacen las
mismas preguntas y casi siempre respondo lo mismo, a decir verdad las
respuestas son otras, pero para qué le vamos a complicar el trabajo a los
pobres agentes migratorios.
Sí, viajo sola, casi siempre lo hago, hay
viajes que es mejor hacerlos solos.
En esta ocasión mi viaje lo decidí en un día, desperté en
el frío día de un inicio de invierno en la bella Barcelona, metida entre mis
almohadas, mientras mi pie izquierdo intentaba consolar la soledad de mi pie
derecho (éste había perdido su media). Un mensaje envié, y a la respuesta, de la
cama salté. Un café, una búsqueda y yo ya me hacia de un pasaje que me llevaría
a Israel. Este país para mi tiene nombres y apellidos, sabores, olores, y es el
único lugar (a parte de mi hogar) al que he vuelto varias veces.
Mientras salgo del aeropuerto, voy vislumbrando el
resplandecer de un potente sol, busco el anden del tren que me llevará a
Tel-Aviv, debo esperar cerca de 30 minutos, por suerte mi computador está
cargado y por suerte me conecto a una red, ¡por favor! Acaban de nombrar a
Tel-Aviv como la Smart city 2014, ¡cómo no!
Escribo un escueto mensaje a uno de mis nombres de Israel
favoritos, otro mensaje que atraviesa el
atlántico y aterriza en la mitad de un mundo, otro mensaje a quién me espera
con un beso y un reproche.
Me sigue sonando la pregunta de la muchacha ¿por qué viene
usted a Israel? Yo vengo a varias cosas esta vez, a saldar una deuda, a comprobar
otras, a una cita académica, a escaparme de donde vivo, a... ¡hacer lo que me da
la gana!, eso debí decirle.
Encuentro el beso y el reproche, encuentro un inicio de
shabat en una ciudad que nunca duerme, Tel-Aviv es hermosa, y cara, pero que me
importa si yo me alimento del verdadero pan pita y el real real hummus!. He
pasado el fin de semana en esta ciudad, y a pesar de haber consultado el
tiempo, ando algo acalorada, el invierno aun no ha llegado, pero yo llegué con
mis botas y bufanda, pero como no nos-importa-nada, andamos felices.
Soy capaz de leer y escribir hebreo, soy capaz de entender
una conversación y los divertidos programas de televisión local, soy capaz de
decir varias líneas de dialogo, pero aun no soy capaz de ir hacer compras y
comprar lo correcto (y no por problema de idioma). Encuentro una ciudad más llena de extranjeros, más de lo
usual, los rusos abundan, mi hebreo mejora con ellos, con los israelíes o uso mi
“raro” ingles o mi distorsionado español.
Mientras veo al muchacho fumar en la ventana, pienso nuevamente en la pregunta...¿a
qué viene usted a Israel?, miro mi teléfono cada cinco minutos, a ver si no se
ha ido la conexión y si ha llegado un mensaje nuevo; siempre que he ido ha sido
por una razón distinta que la camuflo en un viaje, vacaciones, la boda, la
cita…pero se que aun esa no es la respuesta. Los grandes ojos del muchacho me
atrapan y me pide no mire más el teléfono, con acento a prohibición me lo dice, creo que
es justo. Salgo a dar un paseo, la gente va a su ritmo, soy una más
en ese lugar, la sensación es extraña, me siento parte de.
Regreso al lugar donde, por ahora, reposa mi corazón, está
el beso y el reproche nuevamente, y me pregunta ¿qué te trae a Israel? Que la
pregunta salga de su boca me llena de nervios y me enfurece, –vine a verte a
ti. Un "te amo" a media noche me despierta y yo temo que me acabo de meter en problemas
(vamos a dejar esta historia acá)
Veo unos cuantos amigos, unas cervezas, de la nacional que
me encanta y aun no se como se llama, el hummus, las risas, los paseos por la
playa, una hermosa charla con una señora de Filipinas, visitas a los museos, la misma historia de
cómo nació la nación de Israel, el café, las ensaladas, largas caminatas sola, sola, sola. Una de estas me lleva al cementerio judío de Tel-Aviv, me quedo un buen tiempo hablando conmigo, con ellos, ¿y yo me siento sola?, vuelvo a los brazos de quien me dice "vení".
Viajo a Jerusalén, me escapo de todo lo que es Tel-Aviv, en
la ruta un accidente detiene mi bus por cerca de una hora, así que entramos
a Jerusalén por una ruta alterna, lo que me deja ver en los tramos la gran
muralla que divide o intenta dividir dos pueblos, el corazón se me encendía,
los ojos se me aguan y no logro resistir caer en el morbo de hacer unas fotos,
me detesto por tal vulgaridad. Estoy ya en un lugar que baila entre árabes
palestinos e israelíes, y los turistas, y los rusos, y los filipinos, y los
religiosos, y los franceses, y los buses, y se estaciona entre lo antiguo e
intentos de modernidad. Esta vez logro entrar a la mezquita de Al-Aqsa, ¡por
fin! Sí, valió los años de intentos. Me volví a perder en la ciudad vieja de
Jerusalén, siempre hay un pequeño niño del barrio árabe dispuesto ayudar, –give
me money– será una gran frase de cierre. Hay la mitad de la mitad de turistas
que he visto antes, algo extraño pasa…¡no! Nada extraño, lo de siempre.
Me encuentro con un largo abrazo de largos brazos, me
encuentro en una mirada color infinito, me encuentro entre los dedos de uno de
mis israelíes favoritos, de mis personas favoritas, de mis amigos favoritos ¿cómo
uno se pone al corriente en un par de horas? Me preguntaba antes de verlo, me
di cuenta que no hacíaa falta, que nunca la larga conversación se ha roto, nada se ha roto, y doy
gracias por eso, mientras él anuncia su pronta partida quisiera que me pudiera
leer la mente, en la cual yo solo decía “jamás
olvides los poemas que te escribí, jamás me olvides y sé muy muy feliz”
Visito al día siguiente el hermoso museos de ciencias de
Jerusalén, veo una película sobre la historia del agua, visito hermosas salas con
interesantes muestras y otras no tanto; al terminar mi visita fui a comprobar
si todo estaba bien con el muchacho que hacía experimentos, creaba fuego y hacia de científico, espero y quiero creer que sí, que todo estaba bien. Al siguiente
día fui de vuelta Tel-Aviv, mi cita en la universidad hebrea de Jerusalén fue
postergada unos días, así que vuelvo al beso y al reproche.
Paso mi ultima semana en Tel-Aviv, entre nuevos amigos, que
hago en una hostal donde he decidido quedarme, la señora que ronca y ronca, la
colombiana corazón roto, la linda Jessica de Canadá y su demasiado trabajo a la cual pude ayudar un poco con la montaña de platos por lavar, conozco a Verónica de Uruguay, una judía religiosa que me transmite tanto amor y claro, hablamos de amor; hacemos levivot con Asef (árabe de Jerusalén,
como él se presentó), prendemos velas para celebrar pesaj, y yo me sigo sintiendo
sola. Hablo con Michael un señor que viaja con su familia desde Sudáfrica, me
enseña palabras en su dialecto, hablo con un pequeño niño francés, y yo me sigo
sintiendo sola.
Vuelvo un día a Jerusalén, a mi cita, en la entrada a la universidad una mujer policía sube al bus, pide a todos los pasajeros
identificación, absurdamente aun me sorprenden estas cosas, llego al archivo, lleno de gente linda como Toio, un argentino de casi 70 años, es lo más hermoso que hay, aclaramos
temas y me dan la plaza en las pasantías. Doy un paseo por la universidad, veo los
chicos tirados en el césped, me sonrío y recuerdo mi época de universitaria,
¡cálmate diana, tampoco ha pasado mucho!. Podrán ser los estudiantes de una de
las mejores universidades del mundo, pero no tienen puta idea de lo que significa
hacer una cola ordenada para subir al bus; por la noche el mercado Mahane Yehuda de Jerusalén es otra cosa que en el día, y yo me lo quiero meter en la maleta.
Vuelvo a Tel-Aviv, hago la pataleta, recibo atención (más
de la usual) el beso, el reproche, se nos muere el amor pienso, me cuestiono si
soy yo, si somos los dos, si esto será así siempre, me pierdo en esos ojos,
–vos sabès que yo te quiero che– me dice el muchacho, no no lo se, respondo.
Horas después voy camino al aeropuerto, migración
nuevamente y sus preguntitas protocolarias (tengo sospechas que ahora sonríen más
que antes) ¿tienen que hacer esto con cada maleta de cada pasajero? Les
pregunto –sí, lo sentimos– no te preocupes, más lo siento yo por ustedes.
(hablamos todo esto en ingles), él me pregunta si mi libro está escrito en portugués,
él cree que esa es mi lengua, –es español– a lo que él responde en italiano,
ohhh molto bene– eso es italiano le digo, es lo mismo me dice, como tú
quieras, no discutiré a las 04:00 am con un israelí, le digo y logro sacarle una sonrisa.
Llego a Barcelona, larga fila, ¿a qué viene usted a Barcelona?
me pregunta el guapo de migración, –olvídalo– me dice mientras mira mi tarjeta de
residencia, me sonríe y me dice –Benvinguda–
¿a
qué habré venido yo a Barcelona?, me lo pregunto camino a casa…